Mensaje del Director
Incluso en el mundo donde las personas no han tomado una decisión de fe por Jesucristo, promueven la unión como objetivo común para lograr resolver algún asunto importante que les afecta a todos; como mejorar las condiciones de trabajo, de remuneración y calidad de vida. Ello produce un resultado conforme al propósito de las partes, de dejar de lado diferencias individuales en su afán por encontrar un acuerdo que les beneficie a todos por igual. El slogan “La unión hace la fuerza” es… el pensamiento predominante.
En el cuerpo de Cristo, la Iglesia – con mayor razón se debería observar este mismo pensamiento de unanimidad puesto que el motivo principal de las reuniones es Jesucristo mismo como motivo de comunión. Y en este punto no pueden existir dos opiniones, él es el centro y la razón de la congregación. Cada miembro debe latir al unísono con Él y un único propósito de funcionar para el bienestar del cuerpo, del cual Cristo es la cabeza.
Ese y no otro es el fundamento con el cual la Iglesia puede y debe funcionar como tal. Siendo todos de un mismo sentir y actuar en beneficio de la causa..
No es lógico esperar entonces, si cada miembro de la Iglesia al congregarse lo hace en función de sus intereses personales por sobre los de la congregación; se pueda esperar y aun recibir milagros y bendiciones o que haya un avivamiento en cada reunión.
Mientras unos oran rogando por lluvia, otros claman por un día soleado. Algunos alaban mientras otros dialogan. Pocos se alimentan con el sermón, mientras que el resto observa el reloj y espera que se abran las puertas. Si deseamos que haya un verdadero avivamiento en nuestros días, debemos volver a las sendas antiguas, porque tenemos más de un espejo en el cual mirarnos.
“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos” Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados. Ver y leer en Hechos Cap. 2 versos 1 y 2. Observemos ¡Unánimes-Juntos! Esto es; Espíritu de Cuerpo.
Nuestra propia naturaleza humana nos brinda una excelente lección, el ojo no mira para sí, sino para que la persona pueda ver, los brazos no son autónomos obedecen al mandato del cerebro, los pies trasladan todo el cuerpo, el corazón bombea el líquido vital, mientras que los pulmones oxigenan la sangre y la devuelven al torrente sanguíneo, el oído percibe los sonidos para que se pueda determinar su origen y podría continuar con las funciones del cuerpo humano, que son innumerables y extraordinarias.
Cuando cada miembro cumple cabalmente su rol, el cuerpo vive con salud y bienestar, cuando ello no acontece aparece entonces, la enfermedad.
Para sus asuntos individuales el cristiano tiene su mejor oportunidad en su propia habitación. Después que cierra la puerta de su alcoba se abre un universo de posibilidades; para que en la intimidad, busque la comunión con el Señor para hablarle de sus dificultades, logros, afanes y todo cuanto quiera referirle. En ese ámbito debe buscar y encontrar soluciones a sus problemas personales y potenciarse plenamente para que cuando se constituya como miembro de la congregación, pueda cumplir a cabalidad su función en beneficio de la misma.
A cada uno le fue dado un talento para provecho y cada miembro del cuerpo debe comprender que su función no es buscar su propio beneficio independientemente de los demás, sino cumplir fielmente su tarea para que el cuerpo o la organización crezca, se desarrolle y cumpla sus fines.
En la iglesia se debe promover el esfuerzo corporativo antes que el individual, para que el cuerpo o sea la organización pueda funcionar armoniosamente y provocar un verdadero impacto en la sociedad.
Créanlo, la sociedad lo está necesitando, Dios lo puede volver a hacer y está en nosotros pedirle que lo haga. Somos sus ojos, sus manos, sus pies…